Una vez cuando estudiaba en el colegio, un profesor nos preguntó que contemos alguna de nuestras desgracias. Yo no tenía nada que decir, no había sido violado, tampoco sufria de abusos fisicos por parte de mis padres, hermano o amigos, más bien era un niño muy feliz que salía con sus amigos a jugar fútbol, ver televisión y sus padres lo ayudaban con la tareas escolares, por lo tanto no tenía nada de nada.
Entonces, aprecen por lo menos 2 que cuentan que cuando eran chiquitos tuvieron un pollito, un patito o un conejo llamado Martin y un día, al llegar del colegio no lo encontraron. Se sentaron a almorzar pensando "después de comer lo busco", y a mitad de la merienda sus propios padres les dicen que el plato que estaban comiendo era un estofado con sabor a Martin. La primera vez que escuché esta historia le había pasado a mi primo y me dio tanta pena y risa a la vez porque sólo gritaba NOOOOOO!!! NOOOOO!!! MI PATITO!!
Recuerdo haber sido presa de la risa y mi corazón era una balsa tratando de no naufragar en los sentimientos de la indiferencia, pues pensaba que era un caso aislado. Sin embargo, un día andaba con un amigo que es profesor de un colegio en una zona popular de Lma y me hizo el mismo comentario, entonces yo había descubierto que 2 de cada 30 niños se han comido a su mascota. Me pongo nervioso pensar en tal acto, ya que considero que no es una estadística muy tranquilizadora. Y eso, suponiendo que a los otros 28 no les haya pasado también algo parecido pero hayan bloqueado el recuerdo o les hayan contado que Martin se fue a vivir al bosque con sus amigos de la pradera.
Lo más extraño es que cuentan que en el momento en que descubren la noticia, todos lloran sobre su plato de comida y comienzan a repetir el nombre de su mascota y criticar lo insensible que son sus familias o se van corriendo al patio a ver si no les están jugando una broma cruel. Pero pasado este punto y aceptada la horrible verdad, algunos de ellos dicen que ¡SE SIGUIERON COMIENDO A MARTIN! Es decir, miraron los huesitos rostizados en aceite y lloraron, pero luego olieron el aroma de la pimienta sobre la carne frita y entre lágrimas y mocos, acabaron a mordiscos con su infancia. ¿Cómo es posible que uno pueda comerse lo que ama? ¿Es aquel un último acto de posesión? ¿Una despedida a nivel molecular? Y además ¿en qué se parece esto a la historia del japonés Issei Sagawa que estaba haciendo una tesis sobre el Premio Nobel de Literatura Yasunari Kawabata y luego se comió a su novia holandesa? Él también dijo que estaba obsesionado con la antropofagia desde que era un niño. Mis amigos que me hablaron de ese momento de algún tipo de metáfora, nudos y desenlaces y luego me dicen: "cuando era niño, me comí a mi conejo".
Recuerdo cuando estudiaba en la universidad el curso de literatura, antes de resolver este examen sobre La senda del perdedor de Charles Bukowski, algunos compañeros de la universidad preguntaron: "Profe, ¿a qué se refiere con que le contemos alguna de nuestras desgracias más salvajes al estilo Chinaski?" El profesor dijo que lo que quería era que no lo contaran como un melodrama de telenovela mexicana, sino de una forma que sus desgracias se me hicieran divertidas como las de Henri. Uno de ellos dijo: "Profe, ¿y si mi desgracia no da risa?" el profesor dijo: "Tú cuéntala nomás que yo igual me voy a reír" Y todo el salón: JA JA JA JA. Por ahí escuché unos rumores de las chicas que decian sádico, maldito, puto, hijo de puta, pedaso de mil mierdas, cagada inmunda. Pero al final esa es la pregunta es la que muchos han disfrutado, y a la vez, en la que todos se han gastado la página completa.
Mientras entregaba el examen muchos le dijeron al profesor: "profe, esto solo léalo usted y luego quémelo". En cambio yo no tenía nada que contar, no había sufrido ninguna desgracia y tome como propia la historia de las mascotas. Finalmente, en la entrega de notas, mi profesor de literatura nos dijo que nuestras vidas eran aburridas, pero resalto las historias de un chico que "sin querer" incendió el camión de su abuelo, el de la niña que se escapó de casa y vivía en los parques, el del niño que se hizo la caca por seguir viendo Rambo, pero el quería historias de primeras borracheras con putas asesinas, de soledad de amor y de muerte.
El esperaba que a los 19 años ya tuvieramos esas experiencias, así que en ese momento senti una extrema verguenza haber contado la historia de comerse a la mascota. Ahora ando tranquilo en la vida, pero tengo la sensación de lo vivido por Charles Bukowski no tiene comparación, el se ha sacrificado por nosotros para que ninguno pase ese tipo de desgracias: alcoholismo, intento de suicidio, la eterna busqueda de céline, estrés, falta de empleo y un largo etc.