El Perú ha crecido en materia de crecimiento y empleo. Su estrategia
de desarrollo ha sido básicamente aprovechar el enorme beneficio de precios
internacionales de los minerales. Al mismo tiempo, sin embargo, el delito, la
inseguridad y la desigualdad también han aumentado dramáticamente.
A pesar de los avances en empleo y distribución del ingreso
en la clase media, el modelo de crecimiento económico ha fracasado rotundamente
en términos de inclusión social, pues hay poblaciones enteras que se
encuentran fuera del sistema. ¿La razón?
Falta de recursos, instituciones débiles, pésima organización del estado y
modelo económico, que prioriza el sector extractivo que el capital humano.
En condiciones de crecimiento, en los últimos años la
conflictividad social ha ido en aumento, porque cuanto más se expande la economía,
mayores son las expectativas de la población. Según la Defensoría del Pueblo,
en el año 2015 se ha registrado 211 conflictos sociales: 143 activos y 68 latentes. Si
los problemas sociales permanecen insatisfechos, la frustración social
aumentará inevitablemente. Es por tal razón que las opciones radicales o anti
sistema tienen mayor auge en las poblaciones marginales.
En otras palabras, en el Perú el producto per cápita podrá
crecer, se pueden firmar TLCS con varios países, y aun la educación superior de
pésima calidad puede masificarse. Pero son el color de la piel, el origen social,
la universidad de estudio y el apellido, lo que continúa definiendo el lugar
que uno ocupa en la estructura social. De ahí en los anuncios de empleos se
puede observar “buena presencia” y provenir de las universidades “top” de Lima.
Este cóctel es particularmente explosivo entre los jóvenes,
especialmente en los conos sur y norte y también en el Callao, donde ha ido en
aumento la violencia juvenil en pandillas y el abuso de drogas y alcohol. El
crimen violento ha sido cosa de varones de entre 15 y 30 años de edad, esto se
debe principalmente a la frustración social y la marginalidad que están a la
vuelta de la esquina. La violencia y el delito le siguen.
A pesar de sus raíces profundas y antiguas, no obstante es
el estado, es decir su ausencia, es quien generaliza el delito, pues en vez de
prevenir y fomentar ciudadanía, castiga al que no tiene oportunidad por medio
de una forma de control obsoleta y violenta.
Finalmente, el éxito del Perú ha sido muy beneficioso para
los que se encuentran en la parte de arriba de la pirámide, en cambio la periferia
no hay presencia estatal, son actores privados quienes administran justicia,
cobran impuestos y monopolizan el uso de la fuerza. Narcos, cobradores de cupos
de construcción civil, pandillas, traficantes de terrenos y contrabandistas, compiten
con el estado por el control territorial, que por cierto, muchas veces lo hacen
con éxito.